miércoles, 5 de septiembre de 2018

Suicidio. Breve nota | Víctor Hernández Ramírez

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El suicidio es el único problema filosófico verdadero –Albert Camus scripsit­– y, añade que, hemos de responder a esa cuestión fundamental juzgando si la vida vale la pena o no vale la pena de ser vivida.
Es bien conocido el planteamiento de Camus (en su ensayo El mito de Sísifo) que dice que nunca vio morir a nadie por un planteamiento ontológico (ni Galileo se dejó matar por su verdad científica, e hizo bien –dice Camus), pero en cambio muchas personas mueren, se suicidan, porque creen que la vida no vale la pena de vivirla.
Aunque la OMS (Organización Mundial de Salud) reconoce la dificultad para tener datos estadísticos fiables sobre el suicidio en todos los países del mundo, lo reconoce como un problema de salud pública muy grave. No repetiré cifras que se pueden ver fácilmente en su página Web (vgr.: cada 40 segundos se da una muerte por suicidio), pero es fácil advertir que Camus tiene mucha evidencia a su favor: el problema gordo, el que realmente importa, queda expuesto por el suicidio y es simple: juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirse.
Quien se quita la vida nos confiesa, en cierto modo, que ya no puede o no quiere seguir viviendo porque sufre demasiado y la vida no compensa ese sufrimiento. Ese dolor le ha hecho evidente algo absurdo en la condición humana: el vivir como si todas nuestras acciones tuvieran un sentido o un propósito. Pero ocurre que no es difícil que ese sentimiento del absurdo se apodere de nosotros: incluso es algo que aparece tempranamente, por ejemplo en la adolescencia, cuando se nos desnudan algunas verdades ingratas, como el duelo por la infancia y los padres de la infancia, como el dolor de crecer y no hallar fácilmente un lugar en el mundo (suave e implacablemente “exigente” con sus imágenes y postureos).
Freud, en su impecable texto El malestar de la cultura, se pregunta, y nos compele a meditar, si en verdad hay un sentido para la vida que nos permita hallar dicha en ella. Cuestiona las respuestas que ofrece la religión, pero también el amor (dónde más frágiles nos hallamos –dice Freud– y más desdicha conocemos) e incluso se muestra muy pesimista en poner excesiva esperanza en el avance de la ciencia, porque no podía ignorar la incisiva presencia de esa “pulsión de muerte”, que se manifiesta como angustia, sentimientos de culpa y necesidad de auto castigo, que son parte del sufrimiento psíquico humano.
Conocemos la respuesta de Camus: se decanta por esperar, por vivir lo máximo posible con lo que nos es dado, con el tiempo que nos es dado (puesto que tan sólo somos eso: tiempo). Dice que es un error anticipar la muerte, precipitarnos al salto. Camus piensa que el suicida claudica, que se somete mansamente a la muerte. Quien se suicida agota todo lo dado, es decir lo recibido per gratia.
No es fácil seguir la propuesta de Camus de seguir viviendo, con una libertad disciplinada que resiste y se levanta para aprovechar al máximo el tiempo que se tiene.
Es una libertad lúcida y a la vez desoladora: la libertad de quien sabe que los sentidos de la vida son ilusiones que pueden desmoronarse, que lo absurdo del vivir puede aparecérsenos al doblar la esquina. Y esa libertad es también un camino árido y cuesta arriba, que a veces parece repetirse como un sin sentido, al modo de Sísifo (ese hombre castigado por los Dioses, condenado a empujar cuesta arriba del monte una gran roca que, poco antes de llegar a la cima, cae cuesta abajo por su propio peso, y Sísifo tenía que bajar por ella, y vuelta a comenzar).
Camus no soluciona el problema, ciertamente. Pero lo esclarece lúcidamente y se atreve a hacernos una propuesta. Puede convencer o no. Se puede impugnar o buscar otras salidas. Propone una dedicación al presente, al tiempo que tenemos, como un acto de rebelión que no tiene otra causa que resistirse al dolor del sinsentido.
A mí me gusta mucho el final de su ensayo, donde Camus nos dice que Sísifo se vuelve a su roca, y tan sólo puede ser dueño de ese instante, y puede entonces abrazar una cierta dicha. Frente a esa roca, “cada fragmento mineral de esa montaña, llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a la cima basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.”
Hay que imaginarse a Sísifo feliz. Puede ser una broma, pero me parece que Camus apunta hacia donde todos, o muchos al menos, hemos tenido cierta experiencia: me refiero al juego infantil, ese tiempo en el que se tomaba todo a la ligera y muy en serio, a la vez.
Porque al final allí parece estar la clave del tiempo que nos es dado, que no es sino una cierta eternidad del presente. Y esa clave consiste en poder conjugar la levedad y la gravedad del juego, que es otra forma de hablar de la determinación para esperar y vivir al máximo el instante.
Aunque merodeen los fantasmas que tientan al suicidio.
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Víctor Hernández es Doctor en psicología. Psicoanalista en práctica privada.
El suicidio. Perspectivas filosóficas del suicidio Clotilde Sarrió Suicidio Artículo escrito por el Dr. Alberto Soler Montagud El pensamiento de acabar con la propia vida ha estado presente desde tiempos ancestrales en la historia de la humanidad como un hecho universal y transcultural que abarca diversas perspectivas en función de los principios filosóficos, religiosos e intelectuales propios de cada época, cada sociedad y cada cultura. El suicidio Perspectivas filosóficas del suicidio El filósofo y sociólogo francés Emile Durkheim (considerado uno de los padres de la sociología junto con Karl Marx y Max Weber), definió el suicidio como cualquier caso de muerte que, directa o indirectamente, es el resultado de una actuación positiva o negativa realizada por el ejecutor —y a la vez víctima— a sabiendas de cual será el desenlace. Para Durkheim, el suicidio no es un acto nacido desde el individualismo sino un fenómeno sociológico debido en buena parte a una deficiente —o inexistente— integración del individuo en la sociedad. El suicidio es un fenómeno complejo y multifactorial en el que intervienen tanto componentes psicológicos como sociológicos, filosóficos, morales y biológicos. El pensamiento de acabar con la propia vida ha estado presente desde tiempos ancestrales en la historia de la humanidad como un hecho universal y transcultural que abarca diversas perspectivas en función de los principios filosóficos, religiosos e intelectuales propios de cada época, cada sociedad y cada cultura. En la actualidad, en nuestro ámbito, el suicidio sigue siendo un tema tabú como consecuencia de que no se nos ha instruido —al menos no con naturalidad— en la idea y en el concepto de la muerte como una realidad ineludible que en la práctica es muy difícil de asumir para muchos y aun más si se trata de un suicidio. Si a todo esto añadimos la influencia que la moral y las creencias religiosas ejercen sobre la sociedad, es fácil comprender que en nuestro medio, el comportamiento suicida sea considerado como una conducta reprobable. Agresión, vacío existencial La autoagresión y el vacío existencial son dos factores cuyo conocimiento se hace necesario para entender la génesis del suicidio Debemos considerar la agresión como un componente natural e inherente al ser humano del que pueden surgir consecuencias negativas si no es canalizado mediante los mecanismos adecuados, algo que suele ir asociado al instinto suicida de quienes han reprimido previamente su agresividad, o bien utilizan mecanismos inadecuados de descarga de sus instintos violentos (por ejemplo, dirigiéndolos contra ellos mismos). El vacío existencial es otro factor importante a la hora de explicar como se puede llegar al suicidio. Este vacío se produce en aquellas situaciones en las que el individuo no encuentra un sentido a la vida —tal vez nunca lo encontró— y concluye que nada justifica que merezca la pena vivir. El vacío existencial es una sensación inherente a la condición humana y a la experiencia vital del individuo, un estado que le aleja de su propia identidad, le distancia de la realidad y le predispone a la depresión, el aburrimiento, la apatía, la tristeza y el pesimismo. Desde una perspectiva transcultural, la cultura occidental y la oriental interpretan el vacío existencial de un modo completamente distinto. Mientras para los occidentales suele vincularse con la depresión, los orientales lo asocian a un nivel superior donde el ser humano tiende a alcanzar un estado de serenidad en el que nada lo perturbe. En nuestro contexto occidental —y en situaciones y personalidades especiales— el vacío existencial puede predisponer al suicidio como un modo de acabar con el sufrimiento. El sentido de la vida: lo que buscan con la muerte algunos suicidas El neurólogo y psiquiatra Viktor Frankl (fundador de la logoterapia) dice en varias de sus obras —especialmente en “La Voluntad de Sentido” y “La Idea Psicológica del Hombre”– que la búsqueda del sentido de la vida es una peculiaridad exclusiva del ser humano que lo diferencia de los seres irracionales. Afirma a su vez que «los pacientes acuden al psiquiatra porque dudan del sentido de su vida o desesperan por poder encontrarlo». Frankl sostiene, que un importante porcentaje de los trastornos mentales, proceden del «sinsentido de la vida en el que se desenvuelve el itinerario existencial de numerosos individuos, producto de su vacuidad interior». La «idea» o «pensamientos de muerte» es una constante en la mente de quienes experimentan ideas suicidas. Aunque los desencadenantes puedan ser múltiples, es frecuente que quienes sustentan esta ideación soporten también la intrusión de pensamientos y reflexiones acerca de la inutilidad de la existencia y el vacío. Según los sociólogos Peter Berger y Thomas Luckmann, el sentido de la vida es un «esquema que reúne modelos de actos de las líneas más diversas y los acomoda en una proyección de un sentido que se extiende desde el nacimiento hasta la muerte». El desarrollo de un sentido de la vida puede anularse si no se cumplen los anhelos ni se alcanzan las metas ansiadas, o bien porque sobrevengan situaciones de crisis ante las que el individuo se siente indefenso al carecer de herramientas y habilidades para afrontarlas. En estas situaciones, surgen síntomas y estados de frustración existencial que afectan al sentido de vida, acaeciendo lo que Viktor Frankl considera el vacío existencial: «La pérdida del sentimiento de que la vida es significativa» «Las personas presentan el sentimiento de que sus vidas carecen total y definitivamente de un sentido. Se ven acosados por la experiencia de su vaciedad íntima, del desierto que albergan dentro de sí» (frases extraídas de la obra de Frankl “Ante el vacío existencial. Hacia una humanización de la psicoterapia”). Este artículo forma parte de otro más amplio que se ha fraccionado en tres para facilitar su lectura. Los siguientes entregas serán: El suicidio. Un problema multifactorial más allá de la salud mental El suicidio. Evaluación y prevención del riesgo suicida Dr. Alberto Soler Montagud – Psiquiatría Privada Licencia de Creative Commons Este artículo está escrito por Alberto Soler Montagud y se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España